mayo 14, 2011

La bengala perdida

Dos notas sobre el tema Bengalas.

Interesante para pensar, ambas, qué es lo qué le pedimos al Estado, y qué es lo que podríamos exigirnos como sociedad.


Iluminados por el fuego


 Por Eduardo Fabregat 09/05/2011 Página 12
¿Ahora se entendió?
En los días posteriores al 30 de diciembre de 2004, en los debates que suscitó el uso de pirotecnia en recitales de rock y en los meses que siguieron, hubo que escuchar la misma, estúpida teoría: “En los recitales al aire libre no pasa nada”. No es lo mismo que Cromañón, dijeron quienes sostienen contra toda lógica la teoría de que el espectáculo se conforma de un grupo arriba del escenario y una proliferación de fuegos y banderas en el público. De nada servían los múltiples testimonios de personas quemadas por chispas, medio ahogadas por el humo, molestas por el peligro latente, ofendidas por la falta de respeto a los muertos de Once. Al aire libre no pasa nada, repetía el coro.
El 30 de abril, en el show de La Renga en el Autódromo de La Plata, al aire libre, Miguel Ramírez recibió un bengalazo en el cuello. El viernes 6 de mayo, los médicos que lo atienden diagnosticaron “muerte cerebral”.
¿Ahora sí se entendió?
Han pasado apenas unos días desde el anuncio de la Cámara de Apelaciones y las sentencias del TOC 24 sobre las muertes de Cromañón. Y aquí estamos, hablando otra vez de las mismas cosas. De quién estaba a cargo de la seguridad y el cacheo de los asistentes, que en este caso y para profundizar las sensaciones lleva el pintoresco nombre de Chacal Producciones. De por qué el público de rock tiene tantos problemas para tomar conciencia y aprender a cuidarse más allá del cuidado que deben tener los otros. De por qué no hay una actitud integral del medio hacia el tema de la pirotecnia: La Renga supo parar sus shows cuando apareció una bengala, el Indio Solari deja que el público “se exprese” libremente y hasta defendió el fuego en una entrevista de Rolling Stone. El viernes, un comunicado atribuido al Indio señaló: “Mi posición frente al juego de bengalas en los conciertos al aire libre siempre se sostuvo en entender que si esos fuegos artificiales se entendían como de extrema peligrosidad aún fuera de los locales cerrados, lo correcto y conveniente sería la prohibición de su venta al público y no el traslado del deber policial a los organizadores de los eventos. El control en estas reuniones multitudinarias se hace prácticamente imposible por el hecho de que el público no concurre al estadio sino hasta un momento cercano al inicio del show y en tan corto tiempo, entonces, se torna muy difícil el revisar exhaustivamente a los concurrentes. De cualquier manera y tomando en cuenta los accidentes que pueden ocasionar, les pido a quienes se acerquen a mis conciertos que se abstengan de su uso”.
Otra vez, la aparición de una víctima es lo único que viene a despertar conciencias. ¿Por cuánto tiempo? ¿Qué nueva visión irresponsable vendrá a reemplazar ese “al aire libre no pasa nada”? Ya habrá quien se apropie de esas palabras del Indio y enarbole un “bueno, si el Estado no las prohíbe, la culpa no es nuestra”, reciclando de paso ese maravilloso deporte de echarles la culpa de todo a los gobernantes sin hacerse cargo de lo que a cada uno le toca.
Cuesta creerlo, de verdad. Desde diciembre de 2004, las discusiones alrededor de este tema fueron contaminadas por esa clase de conceptos engañosos, que no ayudaron a aclarar la cuestión de fondo. Ahora que hay otro joven en una cama de hospital, ahora que hay otra familia destrozada, ¿podremos discutir de verdad lo que hay que discutir? ¿Podemos dejar de lado, de una buena vez, las teorías que defienden lo indefendible, que disculpan lo que no puede disculparse, que se cagan en la historia reciente? ¿Podemos recordar y subrayar que el rock es otra cosa, que las bengalas, candelas y tres tiros son el entretenimiento de imbéciles que babean ante el fuego y no ante una creación artística?
Ahora que tenemos otro muerto, ¿se entendió?

http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-167802-2011-05-09.html


La bengala perdida

Por Martín Kohan 13/05/2011 en Diario Perfil

 ¿No pudo resonar en cierto modo, y salvando las distancias, una parte de diciembre de 2001 en diciembre de 2004? ¿No se ensayó también entonces, en 2004, a partir de la tragedia de Cromañón, una variante no menos vehemente de la consigna “que se vayan todos”? Que se fueran todos: Aníbal Ibarra (del gobierno de la Ciudad), Omar Chabán (a la cárcel), Fontanet (de Callejeros), Callejeros (de la música), etc., etc., etc. Y en ese fervor tan implacable por sentenciar responsabilidades ajenas, las propias, que algún papel también cumplían, iban quedando poquito a poco olvidadas, relegadas, suprimidas, tal como pasó en 2001. Cualquier otra consideración encontraba cerrado el paso, al igual que en la calle Bartolomé Mitre.
Se habló otra vez de Cromañón por estos días, porque en otro recital hubo otro muerto, y lo mataron con una bengala. Pero en este caso, el detenido es el que tiró la bengala. Y se habla por fin de controlar más y mejor la venta de esta clase de artefactos. Allá por 1988, es decir hace un montón de años, Spinetta sacaba un disco llamado Téster de violencia; en ese disco había una canción llamada La bengala perdida; en esa canción había una parte en la que Spinetta hablaba de “un dulce exocet”. ¿No quedaba señalado ya, desde entonces, que una bengala en manos impropias equivale a un arma letal?
Uno de los hechos que motivaron aquella canción fue la muerte de un hincha de Racing en la tribuna visitante de la cancha de Boca, víctima de una bengala náutica que fue lanzada desde la tribuna local y se le incrustó en la garganta, de manera feroz y totalmente impensada. Corría el mes de agosto del año 1983. El partido de esa noche se jugó de todas formas. Hubo un gol y fue festejado.




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